Obras de arte de la Biblioteca Nacional: Pinturas italianas en el Palacio de los Libros
Un artista italiano
Próspero Piatti, fue un destacado pintor académico, nació en 1842 en la ciudad italiana de Ferrara. Este vibrante centro urbano, célebre por su ilustrada burguesía y su sólida prosperidad económica, dejó una profunda marca en el joven artista, ya que, a diferencia de otras regiones de Italia que tenían una economía sustentada en la agricultura, Ferrara disfrutaba de un auge envidiable gracias a sus florecientes industrias de seda, automóviles y hierro. Más tarde, Piatti se trasladó a Roma, donde se sumergió en su próspera escena artística hasta su fallecimiento en 1902.
A lo largo de su carrera, Piatti exploró técnicas de diversas épocas, destacando sus trabajos al óleo, de diversos formatos, y al fresco, muy popular entre los artistas del Renacimiento, el que exigía una gran destreza por ser un material que se seca extremadamente rápido y que no permite correcciones. Los temas de sus obras dejan entrever claramente el contexto político que se vivía en Italia a fines del siglo XIX, cuando hacia 1900 se cerró el proceso de soberanía de los Estados Pontificios luego de 30 años de conflictos. Así, desde 1870 creció el espíritu nacionalista en las manifestaciones culturales, entre ellas las pinturas con un marcado énfasis en los temas que mostraban la grandeza del Imperio Romano, las cuales reproducían escenas que exaltaban los valores políticos e históricos del periodo, como la República y sus logros, aunque también se pintaban otros hitos del mundo antiguo, como el inicio del cristianismo en Roma. Justamente hacia 1880 Piatti se traslada a esa ciudad, donde trabajó en la Fabbrica delle Logge Vaticane (Fábrica de las Logias del Vaticano), lugar que le sirvió para formarse con las copias de frescos de Rafael Sanzio y Giovani da Udine y le permitió insertarse en la fábrica de la más importante Basílica romana del pontificado de Pio IX.
Sumado a lo anterior, Piatti también es reconocido como un pintor neopompeyano. Este estilo estético de fines del siglo XIX se popularizó en la arquitectura, las artes decorativas y la pintura durante la última parte del reinado de Napoleón y tuvo gran popularidad a partir del “descubrimiento” de la ciudad de Pompeya. De los restos materiales que rescataron los arqueólogos se extrajeron colores, formas y motivos de la antigua ciudad romana que quedó sepultada tras la erupción del Monte Vesubio en el año 79 d.C.
Así, Piatti logra su interpretación del medio pictórico al mezclar estilos de diversos tiempos con las corrientes de moda hacia fines de su siglo: la admirada pintura clásica académica, las técnicas renacentistas, los descubrimientos arqueológicos y cierta mirada exótica y orientalista.
Un funeral y una fiesta
Son tres las pinturas de Piatti que se encuentran en exhibición en la sala de Periódicos de la Biblioteca Nacional, pero para fines de este reportaje se profundizará en Los funerales del César (1888) y Catón en las fiestas florales de Roma (1890), que si bien no forman explícitamente un díptico, frecuentemente han actuado como tal. La primera es reconocida como la obra maestra del pintor italiano, sin embargo, ambas obras participaron en los Salones parisinos de 1889 y 1891, respectivamente, donde despertaron mucho interés entre el público, sobre todo en el diplomático Augusto Matte Pérez, con quien empieza el acercamiento de las obras a Chile.
Los funerales del César es una pintura al óleo de gran formato, midiendo casi 2 metros por 3 metros, que nos lleva a una Roma convulsionada por el magnicidio de su líder. El 15 de marzo del año 44 a.C. durante una sesión del Senado romano, y como resultado de una conspiración política, Julio César fue atacado recibiendo alrededor de 23 puñaladas. Los conspiradores temían que se convirtiera en rey, asumiendo excesivo poder, y acabando con la República romana. Sin embargo, no todos los senadores sabían del complot y quedaron horrorizados, en ese mismo estado quedó gran parte del pueblo de Roma, que lo admiraba. Luego de su muerte, el cuerpo de Julio César fue quemado en una gran pira en el Foro Romano, en medio de una inmensa conmoción popular, dado que gran parte de la población rechazó el asesinato, teniendo como consecuencia una serie de guerras civiles. Este hecho marcó el final de la República Romana y el comienzo del Imperio Romano.
La pintura muestra una escena al aire libre, ordenada en diversos planos, con personas y arquitectura de la época. Al centro de la imagen se observa un hombre acostado sobre una reposera de marfil, ricamente decorada con figuras de aves y tonos dorados, de él podemos ver el costado derecho de su torso desnudo, la cabeza calva investida con una corona de laurel y, finalmente, el brazo que cae lánguido hacia el piso. Es Julio César muerto en el centro de la magnífica pintura. Junto a él, y sobre una silla, un hombre de pie muestra a la multitud un paño blanco manchado de sangre, no sabemos si quiere cubrirlo o confirmar con los demás que el líder ha muerto. Alrededor del cuerpo empiezan a aparecer las primeras llamas de la pira encendida con antorchas y que luego fue avivada con todo tipo de objetos.
Alrededor de esta escena central se observan grupos de personajes femeninos y masculinos, entre la batahola, se distinguen músicos, magistrados, militares, matronas y el pueblo romano en general. Destaca la figura de una mujer desfallecida y con el rostro iluminado, ubicada en el costado izquierdo de la pintura. Ella es Pompeya Sila, la esposa de Julio César, quien vestida de luto y auxiliada por su servidumbre le da un toque humano a esta histórica tragedia.
Caton en las fiestas florales de Roma es una pintura al óleo de gran formato, de igual tamaño a la obra anterior descrita, que nos lleva al momento en que el protagonista, Marco Porcio Catón, decide marcharse de la fiesta en honor a la diosa Flora, conocidas como las fiestas florales de Roma (Ludi Florales). Durante la República romana se instauraron los festejos a la protectora de la naturaleza durante el florecimiento y la cosecha, por tanto, estas fiestas se hacían en la primavera boreal y, entre otros rituales, se repartían flores, simulaban cacerías de animales domésticos y se practicaban combates y carreras. Fue una de las efemérides religiosas más importantes del calendario latino. Catón, quien era un senador romano que intentaba preservar los valores de la República, velaba por la moralidad de las conductas públicas, por tanto, decidió alejarse de las demostraciones festivas y con ello dar libertad a los asistentes para que pudieran participar de los honores a la divinidad y dar desahogo a los desenfrenados juegos, especialmente licenciosos, en los cuales estaba permitido que participaran cortesanas y prostitutas, quienes solían ponerse sobre la cabeza adornos trenzados y lucir sus mejores ropas festivas.
La pintura muestra una escena dentro de un templo, ordenada en diversos planos, con personajes y arquitectura de la época. Se observan mujeres desnudas y semi envueltas en finas telas, animales, esculturas, la muchedumbre ricamente vestida. Al centro de la mitad izquierda está Caton, de espaldas al espectador y yéndose del templo, vestido con telas de tonalidades sobrias como símbolo de racionalidad, en medio de una atmósfera vibrante llena de colores y emociones. Al centro de la mitad derecha se observa, por sobre los asistentes de la fiesta, la escultura en mármol de la diosa Flora, la verdadera protagonista de la obra.
Un Museo, un Club y una Biblioteca
Actualmente las obras pertenecen al Museo Nacional de Bellas Artes, así se observa en la página de registro SURDOC (www.surdoc.cl). Además se precisa que pertenecen a la colección extranjera.
Pero las obras llevan décadas exhibidas en la Biblioteca Nacional. ¿Cuál fue el camino de las pinturas desde Roma a la sala de Periódicos en Santiago? Más arriba se habló del éxito que tuvieron las obras de Piatti en los salones de París y que fue ahí donde las pudo ver Augusto Matte. El abogado y diplomático, padre de la escultora chilena Rebeca Matte, se encontraba residiendo en Europa hacia fines del siglo XIX, cumpliendo labores para el fortalecimiento de la relación bilateral entre Chile y Francia. Por su lado, la escultora se encontraba con su padre en París viviendo parte de su proceso formativo como artista. Ambos admiraban y gustaban de las obras de arte clásico, sobre todo de las que referían a las antiguas Grecia y Roma. La compra de las obras fue efectuada por Augusto Matte en 1902 y, posterior al matrimonio de Rebeca con el diplomático chileno Pedro Felipe Íñiguez, se trajeron las pinturas a Chile. Los funerales y Caton figuran en el catastro oficial del traslado de la familia Matte desde París a Santiago.
Las obras tuvieron un uso privado por parte de la familia hasta 1918, cuando la pintura Los funerales participó, en calidad de préstamo, en la Exposición de Arte Extranjero organizada por el Museo Nacional de Bellas Artes, siendo por primera vez exhibida al público chileno. Documentación de la época es evidencia de la pintura emplazada en la pared, con su pomposo marco dorado, coronado en la parte superior con una gran guirnalda y en la parte inferior con una placa con el título.
A la muerte de Rebeca Matte, en 1929, las pinturas pasaron a formar parte del patrimonio del viudo Felipe Íñiguez, quien sería el custodio de las obras hasta su muerte en 1936, cuando fueron donadas de forma permanente a la colección del Museo de Bellas Artes, según estipula el generoso testamento, donde también se encontraban otras obras, y que debió dar paso a un espacio en recuerdo al donante dentro del Museo, algo que nunca ocurrió. Entre la primera exhibición en el Museo y la donación la obra estuvo expuesta en el Club de la Unión.
Pedro Felipe Íñiguez Larraín fue un político y diplomático que, entre otras membresías, fue socio del Club de la Unión. Este Club fundado como un espacio de reunión de los grupos conservadores y liberales del país reunía a la más alta aristocracia chilena, sobre todo en la primera mitad siglo XX, cuando en 1925 se inaugura el emblemático edificio de la sede que lo alberga hasta hoy. Justamente, en el listado de socios que aparece en el libro “Álbum del Club de la Unión” de 1925 vemos entre sus socios honorarios a Íñiguez y además aparecen nombradas las obras de arte que decoran los distintos espacios: “Hay en sus salones cuadros de Palmarola, de Piatti, de Pedro Subercaseaux, de Pedro Lira, de Carlos Ossandón y otros hábiles maestros chilenos y extranjeros. Se combina allí el arte, producto del ingenio y la técnica aplicada al mismo, que es producto del talento y la sabiduría”. Los funerales del César decoró el Salón Rojo del primer piso del edificio ubicado en calle Alameda.
Luego de la donación de las pinturas al Museo, no hay certeza de mayor movimiento de las obras, solo una ficha menciona que la pintura Caton sufrió una pequeña “descascadura” en 1942 a propósito de los trabajos de carpintería para el IV Centenario de la Fundación de Santiago. Posterior a eso, en 1978, es cuando las obras llegan al edificio de la Biblioteca Nacional.
La Biblioteca Nacional de Chile, fundada en 1813, inaugura su actual sede en 1924. Desde la apertura las obras de arte han sido parte importante de su patrimonio, sin embargo, hacia 1977 se inició un intenso proceso de reordenamiento de espacios gracias a la autoridad del director de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (DIBAM), Enrique Campos Menéndez. A propósito de la inauguración del Salón Central de Lectura de la Biblioteca, Campos Menéndez escribe un oficio a la conservadora del Museo Nacional de Bellas Artes, María Elena Ruiz Tagle, solicitando el traslado inmediato de “dos cuadros de gran tamaño sobre temas de la Roma clásica”. Así las pinturas Los funerales del César y Catón en las fiestas florales de Roma ingresan en 1978 como préstamo interno desde el Museo a la Biblioteca y son exhibidas en el Salón Fundadores. Este salón, de estilo neoclásico, pretendía exaltar los valores de pasión por el conocimiento y el ejercicio intelectual, inspirando a los usuarios y estudiantes que asistieran. Incluso, en este salón las pinturas de Piatti estuvieron acompañadas de una escultura, una cabeza a escala real, del célebre David de Miguel Ángel, obra culmine del Renacimiento.
Según fotografías del libro “Colección Chile y su cultura. Museos Nacionales” editado por la DIBAM en 1982, hasta ese año las obras seguían dispuestas en el Salón Fundadores y, todavía hoy, no hay certeza de cuándo llegaron a la sala Fray Camilo Henríquez, que está destinada a la consulta de periódicos y microfomatos, lugar donde se encuentran hasta ahora.
En 2012 las obras fueron intervenidas en el Laboratorio de pintura del Centro Nacional de Conservación y Restauración, donde las acciones de conservación y restauración apuntaron a la eliminación de deterioros como suciedad superficial, que impedía una lectura correcta de las obras. Ese año además formaron parte de la exhibición "Transferencias artísticas; Italia en Chile. Siglo XIX" ocurrida en el Museo de Artes Decorativas, volviendo luego a la Biblioteca Nacional.
Finalmente, es motivo de celebración que las pinturas de Piatti, con todo el tránsito narrado, sean parte del panorama que acompaña a investigadores y funcionarios en la sección Periódicos y microformatos en las largas jornadas de lectura y trabajo, inspirándoles e invitándoles a viajar más de 2.000 años al pasado.