La intimidad, columna sobre la obra de Fernando Alegría

La Intimidad
por Álvaro Bisama
Mi generación creció leyendo las fotocopias de la traducción que Fernando Alegría hizo alguna vez de "Aullido" de Ginsberg. No era una buena traducción pero era la única que tuvimos. Alegría la publicó en 1957 en una revista de la SECH. Ginsberg, ya sabemos, vino luego a Chile en 1960. No parecía poeta y quedó prendido del paisaje. Se quedó tres meses. Su visita, hasta el día de hoy tiene un aura mítica y parece un misterio: vivió donde Nicanor Parra, salió en busca de drogas alucinógenas usadas por los mapuches, se cruzó con toda la fauna de aquellos años. Por lo mismo, la traducción de Alegría, antes que resolver ese misterio, terminó ampliándolo; era un intento de entenderlo en la lógica de una novedad fulgurante: "Aullido" recién había aparecido el año anterior en Estados Unidos.
Ese mismo año 1957 se publicó la novela más importante de Alegría, "Caballo de copas", que quizás es otro intento de traducción pero de la propia experiencia. Ambientada en California, acá se describe la vida de un inmigrante chileno a partir de los éxitos y fracasos de González, un caballo -chileno también- en los hipódromos norteamericanos en un relato veloz y casi cinematográfico. Habría que leer esa novela en relación a la traducción que hizo de Ginsberg, de hecho. Creo que ambas condensan el espíritu de su época. Alegría, que en esos años empezaba su ir y venir como profesor en varios colleges gringos, hizo de la narración una picaresca inteligente, llena de candor y asombro, haciendo que la libertad y la pobreza (esa ecuación era la misma de los beaniks) convivían sin estridencia, en una especie de metáfora del sueño americano, una versión torcida pero leve, acaso feliz.
"Caballo de copas" se lee poco ahora. Su anécdota parece extraña, acaso inverosímil. La narrativa de Alegría, que escribió mucho y en géneros diversos, quedó media oculta por el éxito de la generación del 50 pero también por ese extraño sepulcro que a veces puede resultar el ser indexado en alguna lista de clásicos escolares, donde "Lautaro, joven libertador de Arauco", de 1943, también sobrevive como long seller. Esa clase de sobrevivencia es extraña; los libros siguen leyéndose pero quedan vacíos de sentido, se convierten en una obligación, en un repositorio de enseñanzas didácticas, en fábulas de moraleja forzada.
Imposible de fijar en un solo registro, la escritura de Alegría resulta interesante por su habilidad para cambiar de rumbo y por su capacidad de habitar varios géneros a la vez. Suyos son varios ensayos y periodizaciones sobre poesía chilena y una biografía de Salvador Allende que publicó a fines de la década del 90. Yo la leí cuando se publicó y siempre me pareció bellísima la portada que ilustró Guillermo Tejeda. Por supuesto, no es una biografía pura. "Allende, mi vecino el presidente" cruza la biografía del presidente suicida con la del propio Alegría, que fue agregado cultural del gobierno de la UP. Como indica el título, ambos eran vecinos (como Couve, que también era vecino de Allende) y Alegría, antes que entrar en cualquier épica cuenta la vida de Allende desde una perpectiva casi familiar, como una cercanía interrumpida por la historia. En el libro, de nuevo, se impone lo que intuyo como uno de sus principales atributos: cierto tono menor, algo que roza el drama y la épica pero que elige definitivamente ser otra cosa, como si deseara comprender las vidas, los libros y las lenguas como algo íntimo, acaso doméstico y cercano.