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Cientos de rostros

Cientos de rostros

Publicado el 07/05/2014
Deslizamientos, por Álvaro Bisama "Una de la escenas que más me gusta de "La brecha", la novela que Mercedes Valdivieso (1924-1993) publicó en 1961 es el momento en que la narradora asiste al funeral de Gabriela Mistral en Estados Unidos".

Una de la escenas que más me gusta de "La brecha", la novela que Mercedes Valdivieso (1924-1993) publicó en 1961 es el momento en que la narradora asiste al funeral de Gabriela Mistral en Estados Unidos. En esa página el libro se estrella con la historia literaria de Chile y hace que sus ecos resuenen hacia el pasado, transformándolo. Fábula feminista moldeada por la urgencia, "La brecha" es un libro de combate donde la rabia corre al lado de la confesión, construyendo una especie de exorcismo personal que se vuelve un gesto colectivo. De hecho, el libro se abre con la siguiente advertencia: "El personaje de esta novela no tiene nombre, pero podría ser el de cualquier mujer de nuestra generación".

Lo anterior obliga al lector a trabajar en clave, a buscar en la historia de la narradora sin nombre que abandona a su marido y conquista su libertad individual en el Chile de fines de los cincuenta, una representación social más amplia, con una voluntad polémica de la que aún sobreviven su frescura y valentía. Ahí, la presencia de la Mistral es importante. ¿Qué significaba Gabriela Mistral en ese momento?¿Cuál era su peso? No lo sé con certeza. En una carta inédita recogida en "El circo en llamas", Enrique Lihn le declara su amor, que es tan carnal como literario, al verla llegar a una estación de trenes en Santiago y ser recibida por las multitudes.

Respecto a Mistral, Valdivieso es más parca que Lihn aunque aparece como una señal de que el relato se está acabando, de que todo se desliza hacia un lugar incierto. Como lector, a mí siempre me ha llamado la atención aquello que "La brecha" escenifica con tanta claridad: el hecho de que Valdivieso haga que los lectores nos volvamos observadores de ese cuerpo que aparece como un enigma pero también como un fetiche. Ese cuerpo que es algo hecho de silencio pero que también es un ánima que lo cambia todo.

Eso se deba a que quizás no sepamos quién fue realmente Gabriela Mistral porque todas las señales que tenemos de ella son complejas, contradictorias. ¿Es la misma Mistral el fantasma que baja por el territorio en el "Poema de Chile" y la redactora de los versos finales del "Poema del hijo"?; ¿Es la misma la que escribe las canciones escolares y luego recela de quienes van a visitarla cuando es cónsul, como glosa en sus diarios?

Valdivieso zanja aquella indeterminación en "La brecha" de modo fulminante homenajeando a Mistral y presentándola como alguien a quien se visita para despedirse pero también como una especie de punto de partida. Es ese cadáver, que está siendo velado en una iglesia norteamericana, el lugar desde donde se despliega el futuro.

Anota Valdivieso: "Llegué temprano a la iglesia. Allí estaba tendida bajo la inmensa bóveda, entre sus cuatro paredes de madera, en paz. La mitad de los asientos se ocuparon (...)Sacaron la urna miembros de la Embajada; tras ellos fuimos colocándonos los asistentes. Avanzamos lentamente mientras afuera el frío acechaba como una fiera. La pusieron en un furgón que tuvo que aguardar un momento antes de tomar su dirección en la calle; el tráfico denso rodaba rápido: Miré alejarse el vehículo, detenerse ante la luz roja y proseguir después, casi perdido entre los otros. Me di cuenta de que estaba llorando.

Descendí las escalinatas de la Catedral y entré en la vereda con la gente que se movía; deseaba alejarme pronto. Caminaba con el frío en contra.

Pasaban hombres, mujeres, cientos de rostros distintos, tan impenetrables como el mío para ellos; edificios monumentales sobre nosotros, miles de ojos que miraban desde arriba, sin ver."