Pasar al contenido principal

Deslizamientos, de Alvaro Bisama

Deslizamientos, de Alvaro Bisama

Publicado el 23/04/2014
El escritor, académico y gran lector, Álvaro Bisama, escribirá sobre libros, personajes y autores de nuestra literatura. "Deslizamientos" serán pequeños ensayos, textos críticos, comentarios literarios en donde Bisama nos hará irrumpir en nuestra memoria literaria; escritos que nos ayudarán conocer y reconocer nuestra identidad bibliográfica para que nos apropiemos de ella. Hoy comenzamos con la publicación de la columna "El compromiso".

El compromiso

Por Alvaro Bisama

Desde hace un tiempo hace falta una lectura atenta que revise la obra de Carlos Droguett con perspicacia y sin prejuicios. La dictadura de Pinochet hizo que Droguett saliera de Chile para no volver jamás. Estaba exiliado en Suiza. Desde ahí dejó constancia como el país que conocía cambiaba y se desfiguraba para volverse otra cosa. Acá le tenían una clase de respeto que bien podría ser una forma de miedo. Droguett era un duro: "Matar a los viejos", su novela póstuma, no se publicó en vida porque ninguna editorial quiso hacerse cargo de su dedicatoria, que decía: "A Salvador Allende, asesinado el martes 11 de septiembre de 1973 por Augusto Pinochet Ugarte, José Toribio Merino Castro, Gustavo Leight Guzmán y César Mendoza Durán".

Me imagino que las relaciones que entablaba con el resto del mundo no debieron haber sido fáciles. La misma clase de compromiso moral que suscribía consigo mismo se lo exigía a los otros. Esta es una suposición que hago pensando en que su literatura fustiga al lector, juega a extenuarlo, a meterlo de cabeza en un mundo sin salida aparente, donde el lenguaje es una cosa viva pero insoportable, fluida pero a la vez áspera. Ese mundo es Chile y esa aspereza lo vuelve un puente oculto entre Gabriela Mistral y Juan Radrigán. Por lo mismo, leerlo puede resultar asfixiante pero también invaluable: novelas como "Eloy" o "Patas de perro" son la respuesta a la pregunta sobre qué límites puede tener el acto de narrar. "Los asesinados del seguro obrero", que data de principios de los cuarenta y que fue reescrita varias veces, es el testimonio de cómo un escritor narra un país que odia pero del que no puede despegarse, escapar, sacarse de encima.

En 1971, Droguett ganó el premio Alfaguara y dejó registrados los efectos del premio en "Escrito en el aire", que es un cuaderno de viaje hecho de crónicas y apuntes personales. Lukas, que ilustró la portada, lo dibujó arriba de un avión, lanzando bombas desde la cabina. Ese libro es interesante y está medio olvidado, no sé por qué. En un momento, Droguett imagina la muerte de los autores del boom sin complacencia de ningún tipo. Droguett lee al boom desde cierta sospecha. Anota: "se rumorea que no están en absoluto muertos, que esta fingida muerte es el segundo tomo comercial sucio del malhadado boom, que luego aparecerá Gabo en una islita desierta vestido de viejo general y Julio en lo alto de un rascacielos del país malgache, vestido de boy scout, que este honesto réclame ha sido inventado por la editorial Sudamericana y financiado por la editorial Feltrinelli y por la editorial Mac Millan y por la editorial Rohwolt y por la editorial Gallimard por la editorial Farrar and Rinehart".

Murió en 1996. Tuvo un accidente mientras visitaba un museo dedicado a Sherlock Holmes en Suiza, cerca de las cataratas de Reichenbach, que fue donde Conan Doyle ambientó el combate final entre su detective y Moriarty, su archienemigo. Es extraño pensarlo ahí, lo mismo que imaginarlo asistiendo al funeral de Borges. Según Luis Íñigo Madrigal, en ese funeral los únicos escritores eran Marguerite Yourcenar y él. A la luz de sus libros, es inquietante pensar que murió tan lejos. Su relación con el paisaje nacional es dolorosa pero también cercana, incómoda pero inevitable. En estos momentos en que la novela -y la literatura en general- están felices de revisar sus procedimientos y abrazar otros nuevos, conviene recordar que aquello antes que un mero gesto estilístico es también una pregunta moral sobre qué significa escribir, una pregunta que Droguett encarna de modo doloroso e insobornable.